El trabajo artístico por la región

Por: Laura Quintero, estudiante de Periodismo

“El arte… El arte tiene que servir para servir. El arte es para abrir puertas, para oxigenar al ser humano, para sacarlo del ruido interno en el que todos vivimos…es darle oxígeno a la humanidad porque la humanidad está muerta. El arte es un servicio y el artista tiene que ser un servidor, no un ídolo, sino un servidor”

Transcurría el año de 1973 y la artista Clemencia Hernández Guillen, en ese entonces una adolescente de 18 años, estaba cursando el grado once en el Instituto Serrano Muñoz de Girón. La joven de cabello negro, largo y cejas tupidas demostraba un talento para el arte desde sus primeros años, siendo hija de Mario Hernández Prada, pionero del expresionismo abstracto en Santander y Blanca Guillén, la primera profesora de historia del arte en Bucaramanga, no era sorpresa.

“Entonces yo tenía, digamos, esa imagen dentro del colegio. Los profesores me querían mucho y me respetaban por eso, entonces cada vez que había un evento en el colegio, me encargaban de organizar cosas, exposiciones, inclusive yo hice una exposición el maestro Mantilla Caballero cuando estaba en mis primeros pinitos y pues, el maestro también estaba como empezando. Tengo por ahí una foto de esa exposición que hicimos en el colegio, pero ellos fueron muy respetuosos de ese talento que yo tenía.”

Así, en exposiciones de colegio, propuestas por los profesores y el rector de su escuela, Ervin Figueroa Bautista, para mostrar sus dibujos y pinturas empezó su labor cultural. Especialmente, recuerda una exposición antes de graduarse de la institución, esa en la que vendió su primera obra e invitó por primera vez a un artista, Jorge Mantilla Caballero, un pintor expresionista santandereano, amigo de su familia y en la actualidad, un artista reconocido. 

“En el colegio yo hice mucha labor, empecé organizando exposiciones y luego, más adelante con el artista Mantilla Caballero. Yo hacía dibujo y a veces los profesores me compraban, pero sí, sabes que sí me acuerdo que dibuje una vez un Beethoven y me lo compró uno de los profesores”

Recuerda que, en ese patio escolar de la casa blanca y antigua donde colgó sus primeros lienzos en las paredes, inició su carrera profesional y su labor con la ciudad de su nacimiento: Bucaramanga, Santander. El tercer colegio al que asistió, después de ir a primaria en el liceo Santa Cecilia de Bucaramanga y hasta tercero bachillerato en la Normal, fue un punto de partida en su carrera artística. 

A partir de ese momento, Clemencia Hernández Guillén, empezó a trabajar con colegios y casas culturales compartiendo sus conocimientos, entre estos en el colegio Caldas, la Casa de la Cultura de Bucaramanga, el Museo de arte moderno, la divulgación cultural de la Universidad Industrial de Santander, etc.

 La artista, ahora una mujer de 66 años con algunas canas avisando su salida en el cuero cabelludo de su pelo corto y castaño claro, casi rubio, reflexiona que esta necesidad de continuar la labor cultural, paralela a su carrera artística, se la inculcaron desde la infancia.

Pasó su niñez en los 60, dentro de una familia de artistas, filósofos, literatos y músicos. Su influencia familiar construyó una forma diferente de percibir el mundo. 

 “Mi carrera empieza desde que nazco en ese hogar porque todo estaba girando alrededor de las artes. La crianza mía fue en medio de oír música. Crecimos, desde el vientre, oyendo a los grandes compositores universales de la música clásica.”

Bach, Brahms, Mozart y Beethoven fueron parte de su infancia y este gusto se mantuvo hasta ahora, en el segundo piso de su casa en el taller, a un costado y junto a un estante de libros, tiene una colección de discos de música afrocubana, colombiana, jazz y por supuesto, clásica. 

Sus padres tenían una colección amplia de música que compartían constantemente con ella y sus tres hermanos varones Roberto, Eduardo y Diego. 

 “Mientras estoy pintando yo escucho los conciertos y me pongo a dirigirlos porque me los sé de memoria. Fuera de eso, pues en el ámbito de las artes plásticas desde que tengo uso de razón y mucho antes, yo recuerdo ver a mi padre y a mi madre en los oficios relacionados con todo esto, mi madre formaba parte de algunas cosas que, hacía mi padre, entonces ella hacía, le ayudaba, armaba. Ellos participaron en muchas ferias relacionadas con las artes en Bogotá. Entonces, de ahí proviene Clemencia Hernández, toda la vida transcurrió en ese entorno”

En Bogotá, 1948, antes de que sus padres se conocieran, la familia Guillen y Hernández Prada ya eran partícipes de la labor cultural cuando la capital era llamada la “Atenas sudamericana” por la gran oferta de museos, teatros y eventos que poseía. 

Los hermanos de Mario Hernández eran músicos profesionales y hacían parte de la orquesta. En la familia de su madre Blanca, dos de sus hermanos estaban en el entorno, uno dedicado a la música, Jaime Guillén Martínez, fundador y director de la filarmónica de la capital y el otro a la literatura y el periodismo, Fernando Guillen, conocido autor y ensayista de textos de política.

“Y allá se conoce con mi madre, a través de los hermanos de ella que formaban parte del mismo círculo de intelectuales. Yo tuve la fortuna de tener un hogar como el que tuve, una familia en general, mis tíos, con esa tendencia al arte que nos hizo diferentes por la formación que recibí en mi casa, porque mis padres fueron muy libres, sin irrespetar ni transgredir nada, pero si muy libres de las imposiciones sociales”

Mientras crecía en este ambiente artístico y sensible, la maestra Clemencia cuenta que fue construyendo su identidad, se convirtió en una mujer independiente, libre de las imposiciones sociales y nada sumisa, a pesar de no medir más de un metro cincuenta, su actitud la hacía parecer más grande.  

En ese entonces, observaba a su padre, Mario Hernández, en un constante compromiso con la cultura, sus aportes abrieron paso a los nuevos artistas y a ella, de encontrar diferentes formas de expresión, debido a su obra que no encajaba con los cánones clásicos de la producción artística de los 60 y se le consideraba transgresora.

“Ya con la introducción de Hernández Prada en el ámbito apareció otra forma del arte, a producir cosas novedosas dentro del arte y eso, aunque yo pasé por toda la escuela academicista y figurativa, a mí siempre me gustó más el vuelo, más que quedarme en la estructura meramente formal. Yo huyo de la imagen, cuando veo que me estoy yendo a lo figurativo me abro, no me gusta sentirme cercada por la figura”

En estos años, Hernández Prada fundó y dirigió el Instituto Santandereano de Cultura, Insac, el cual se ubicaba en la calle 37 y se desarrolló de la unión del conservatorio de música departamental y la academia de bellas artes. Después de graduarse del colegio, la joven de 18 años, ingresó a esta escuela influenciada por su herencia, pero comprendió que la industria no era fácil, las artes plásticas no eran consideradas como una carrera profesional. 

“Para él hacer gestión cultural, ser artista y educar una familia, sin tener dinero guardado fue muy complicado, se abstuvo de muchas cosas por dedicarse abrirle caminos al arte, hay quienes lo agradecen, hay quienes no, hay quienes lo reconocen y hay quienes no. En fin, eso es un riesgo que uno tiene que correr cuando se dedica a un oficio con respeto y con carácter de servicio, a mí me costó mucho trabajo abrirme paso, no ha sido fácil, no ha sido nada fácil”

A sus 19 recibe una llamada de Alfonso Velandia, un amigo y en ese momento rector y profesor del Colegio Caldas que se ubicaba en la misma sede de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, ofreciéndole un puesto para trabajar como maestra de la materia “estética” ya que conocía su talento. 

Ella aceptó, tuvo a diferentes grupos de jóvenes y niños los sábados en las mañanas durante 4 años, enseñándoles pintura, historia del arte, perspectiva, y más.

“Uno cuando ya está trabajando se da cuenta del potencial que puede dar, no antes. “Ay, voy a servir a la sociedad y a la comunidad”, no, no es así, sino cuando uno ya está en el proceso se da cuenta de todo lo puede dar y uno da pa´ lante. Se da uno cuenta que la sociedad cambia, que uno aporta y despierta los talentos y puede llegar a transformar la vida de una persona”

La maestra, más que técnicas de pintura, enseñaba aquello que desde la infancia le recalcaron, el arte como algo más que una expresión, como una labor liberadora de pensamiento 

“Yo, dinero no tengo, pero lo que heredé fue muy rico porque, sobre todo, me enseñaron algo que yo valoro más que todo el dinero del mundo… y es a ser libre, a ser autónoma de pensamiento. ¿Sabes que me gustaría que expresaras ese pensamiento de parte mía?, el arte… el arte fundamentalmente es un liberador”

Luego, dictó clases en la Casa de la Cultura de Bucaramanga y en la divulgación cultural de la Universidad Industrial de Santander, la artista formó gente que hoy en día es profesional como Efraín Saldaña, escultor o Álvaro Salamanca, pintor y fundador de la facultad de Bellas Artes de la Universidad Antonio Nariño de la capital santandereana.  

En una de sus clases de pintura que dio en el colegio Caldas, el maestro Salamanca, en ese entonces de cuarto de bachillerato, era uno de los alumnos de la lección. 

“Yo me iba los sábados a la Universidad Nacional al concierto que hace la sinfónica, o que hacía en esa época la sinfónica. Yo me fui a un concierto, y en el descanso alguien desde lejos, por uno de esos corredores, gritó: ´ ¡Clemencia Hernández! ´, era un muchacho. Cuando ya estuvo cerca me dijo: ´Clemencia Hernández, estoy aquí en la universidad estudiando artes plásticas por ti, porque cuando llegaste a enseñarnos, en ese momento, comprendí que yo era artista´”

Desde que comenzó en la industria ha ido ajustando su estilo, dirigiéndose a un cambio social, porque para ella el arte debe disipar y combatir la violencia, la guerra y el consumo. A medida que fue creciendo y a la par que trabajaba como maestra en las instituciones, identificó todas estas situaciones, a lo que la maestra llama:

“El desfallecimiento espiritual de la humanidad, nos estamos quedando en lo puramente superficial. Empezaron a ocurrir crímenes a diario masivos como ocurren en este país… la fatal historia de este país contada por mis padres que vivieron de alguna forma esa violencia, y antes de ellos, entonces lo que contaban los abuelos y los otros, los bisabuelos”

Mientras está sentada en el sofá color gris con sus dos mascotas Zuca y Chiqui a sus costados, señala una de las obras de su última colección “Signos vitales 2021” colgada en la pared de su sala, explica que su arte no tiene una posición política, solo es un reflejo de las sensaciones de lo que observa, y durante su carrera y contexto social ha presenciado a un ser humano individualista y materialista con una pérdida de sensibilidad al dolor ajeno y a lo natural. 

“La frivolidad del sistema de consumo nos lleva a esa actitud porque tú te sientes realizada o yo, o cualquiera en este mundo porque tiene casa, carro y beca… pero no porque brille por dentro, no porque sea un servidor, no porque sea sensible frente al dolor, etc. Conducir a la humanidad a través del arte libera, definitivamente libera.”

La maestra dice que esto se logra distribuyendo la cultura, por ello, cuando el alcalde girón o los directivos de la tradicional Feria de Girón la llamaban para que hiciera parte del equipo, ella aceptaba. Hacía afiches, organizaba eventos y conciertos para las grandes multitudes que iban compartiendo el arte, en estos eventos, ella recuerda que estuvieron cantantes conocidos como Gilberto Bedoya, Luis Fernando León y Pedro Martínez. 

“Entonces yo siempre me he ocupado de eso, siempre he hecho labor cultural, siempre. Con los niños, con adultos, otros no se hicieron artistas, pero se educaron sensiblemente, eso le aporta a la sociedad, eso transforma la sociedad”

Hace más de 30 años entró a la junta directiva del Museo de Arte Moderno, actualmente continúa su labor allí como curadora y representante de los autores (es decir, se encarga de la selección, la presentación e interpretación de las obras que serán exhibidas en museo), con la finalidad de continuar apoyando y priorizando al arte regional. 

“Es muy importante educar a la gente y sensibilizar a través del arte. En la labor que hacemos en el museo ha sido notorio el resultado que cada uno hace de la labor culturalmente, de cultivar a la gente. Cultura es cultivo.”

Para la artista, que se puede elevar horas y horas pintando en sus lienzos grandes de más de un metro, entre la música clásica que inunda su taller, el arte es necesario de mantener en Santander, no solo para entretener, sino como herramienta crítica.

 Educar con esta sensibilidad, como sucedió en su infancia, conduce lejos de la violencia y da herramientas al espectador para liberarse.