Por: Alex Riaño
Luis Armando Gaviria o ‘Lucho’, el de los raspados, es una de las personas más reconocidas en el pueblo de Cimitarra, Santander. Su reconocimiento es gracias a su puesto que vende cholados, jugos y por supuesto, raspados.
Sin embargo, este reconocimiento no surgió de la noche a la mañana, sino que fue una lucha durante seis años. Seis años de esfuerzo, dedicación, compromiso y, sobre todo, deseo. Pero antes de saber de ‘Lucho’, debemos saber quién es Luis Armando Gaviria Murillo, la persona que está detrás de este personaje.
Luis nació en la Cimitarra de los ochenta, el 17 de febrero de 1974. Esta época, de la niñez, la recuerda con cariño, debido a que su preocupación era jugar con sus cinco hermanos.
“Nosotros jugábamos, garbinches, bolas y todas esas cosas. Manteníamos corriendo casi todo el pueblo en pantaloneta en ese tiempo y ahí fuimos. Nosotros somos cinco hermanos, nos fuimos criando”.
Le gustaba el fútbol y el ciclismo, aunque no lo podía practicar muy seguido, ya que necesitaba trabajar para ayudar a la casa. Por este motivo, Luis solo estudió hasta cuarto de primaria, en el colegio Nuestra Señora de la Candelaria, y a los 14 años dejó los estudios y comenzó a trabajar.
“No, a pesar de que a uno le gustaba mucho el “trabajo”, no más estudiamos como hasta cuarto y ya nos retiramos, porque en ese tiempo a uno le tocaba trabajar para poder ayudar en la casa. Una pobreza muy dura, entonces hasta cuarto o quinto estudié. El que más estudió fue hasta primero de bachiller y ya todo el mundo a trabajar, porque en ese tiempo era así la ley”.
Los años noventa fueron muy agitados en Cimitarra, la lucha por el control territorial por parte de la guerrilla y los paramilitares hacía que para el gobierno fuera difícil acceder, así que el trabajo infantil era muy común en ese entonces. El reclutamiento de menores también se veía, pero Luis recuerda como sus padres siempre lo mantuvieron lejos de toda
situación, llegando al punto de ignorar lo que sucedía en el pueblo.
“No, yo casi no lo percibí, porque uno era muy niño y no le paraba muchas cosas al sistema allá, pero los viejos si decían y hablaban mucho sobre esa vaina. La violencia. Mi papá fue uno que le corrió mucho a eso. Mi papá donde había violencia él se abría. Él era muy trabajador, pero más que todo en la casa. Entonces por eso nosotros casi no estuvimos, ninguno, metidos en esos grupos, ni llegamos a tener contacto casi con ellos por el sistema. Ellos eran muy alejados de esas cosas”.
A la edad de catorce años su primer empleo fue cargar volquetas. El horario era incierto, porque dependía de los llamados que le hicieran. Así duró casi tres años hasta ser ayudante de constructor.
“En ese momento cuando arranqué a trabajar, arranqué a trabajar voleando, cargando volquetas. En ese tiempo cuando me salí ya de la casa, comencé a cargar volquetas, duré un tiempo cargando volquetas. El horario si era a ratos, por ahí lo llamaban a uno, uno iba y cargaba un viaje de arena o así. Eso se la pasaba uno viviendo en ese ambiente”.
A los diecisiete años empezó como ayudante de construcción. Ahí duró 4 o 5 años y a pesar de trabajar desde los catorce años, manifiesta que no le gustaba ese trabajo. Esta vez tenía un horario fijo, pero muy esclavizante.
“Ya después, ya me puse a trabajar como ayudante de construcción. Duré un tiempo trabajando como ayudante de construcción, no me gustó eso. Porque los horarios y los trabajos eran muy pesados y a mí siempre me gustaba como algo para hacer el deporte. Entonces eso era de seis y media a cinco de la tarde. Era muy esclavizante, entonces no me gustó por eso”.
Al ver que el nuevo trabajo que consiguió no le gustaba, se arriesgó al comercio. Su nueva etapa consistía en comerciar plátanos, papa y todo tipo de venta, aunque se concentraba en los plátanos.
“Yo iba a la vuelta de la oreja. Compraba plátanos. Yo vendía en un ciclobi plátanos ‘calsurriado’ por gajos. Yo andaba por las calles vendiendo una cosa, lo otro, pero más que todo me encarrilaba en la vaina del plátano en ese tiempo. Después se acabaron las plataneras. Ya después ya a comerciar, a mí me gustaba como el negocio, como una cosa, pero nunca, nunca expire. No crecí en eso”.
Su idea no prosperó, las ventas no eran las que él quería y por eso lo dejó a un lado, a pesar de que le gustaba. Ya Luis tenía 28 años, el nuevo trabajo que había conseguido era de celador. Ahora se encargaba de la anterior planta de gas de Cimitarra.
“Después se acabaron las plataneras. Ya después ya comencé a celar y me pareció bueno celar. Allá vendía gas y celaba, entonces el sueldecito era mejorcito”.
Tenía un mejor sueldo, ya se había conseguido su primera moto y parecía que esta vez el empleo no le disgustaba. Hasta que, a la edad de 33 años, ocurrió la tragedia que casi lo deja sin una pierna.
“Eso fue en el 2007. Eso fue en la entrada del pueblo, en el monumento de Cimitarra. Ahí en toda la glorieta, ahí tuve el accidente con un taxi. Entonces a debido de eso… Uno discapacitado, ya no le dan trabajo en ninguna empresa”.
Debido a este accidente, la empresa lo despidió, duró un año hospitalizado y casi le amputan la pierna por una infección que tenía. De nuevo estaba en el desempleo, nadie lo quería contratar porqué su pierna ya no era funcional. Así que retomó de nuevo al emprendimiento que había tenido antes del accidente: el comercio. Esta vez vendería ropa de hombre y de mujer, además de acceder a cualquier trabajo que le saliera disponible por
el momento.
“Ahí en ese tiempo, comencé ya del 2007. Duré un año allá enfermo, después salí, comencé haciendo las mismas operaciones del comercio. Comencé a traer ropa, a vender camisetas, a vender. Yo traía esa mercancía de Bucaramanga. Yo comencé a vender ropa, camiseta, de todo eso. Deportivo más que todo me gustaba. Ahí me rebusqué, duré un tiempo
trabajando con eso. Sino que los negocios fiados, nunca surge uno.”
En el 2007 ocurrió el accidente y hasta el 2013 duró el empleo informal que tenía. Hubo un día de ese año en el que Lucho se encontraba en el parque de Cimitarra, era un día soleado, como todos, y decidió comprarse un raspado para probar como eran. No le agradó mucho, pero vio allí una oportunidad para emprender.
“Ya como en el 2013 comencé con la idea, porque yo miraba que aquí. Puse a una señora a que hiciera raspados y un día me dio. Yos soy capaz de hacer unos raspados mejores que estos”.
Así que se embarcó a Cali, para probar los mejores raspados del país, según unos amigos, allí iba probando por los parques los diferentes raspados de la capital Vallecaucana. Duró dos meses en la capital del Valle hasta que al fin decidió devolverse. Aunque su degustación no quedó ahí y también fue a probar a Girón, Santander.
“Entonces yo arranqué. Entonces un amigo que iba para allá, me dijo, no yo lo llevo que allá es la mata de eso, vamos a ver para que usted mire. Entonces yo duré allá dos meses probando, comiendo. Comía raspados en todos los lugares que había. Entonces ahí, fuimos al parque de la caña, fuimos a todos esos parquesitos por allá y mirando todos esos puntos y probaba. Fui a Girón también a comer raspado. Me dijeron que en Bucaramanga vendían raspados. Todas esas partes en las que me decían que vendían, yo iba y comía raspados”.
Fueron cinco meses en los que duró probando, haciendo y dando a probar sus raspados. Cinco meses para encontrar el sabor de los raspados y jugos, que ahora lo caracterizan.
“Ese proceso duró por lo menos como unos cuatro o cinco meses. Yo si comencé a hacer, pero entonces le daba a probar a la gente como quedaba para hacer las tintas, para hacer todas esas cosas, porque esto no es de voy a montarlo y va a ser así, no. Eso toca darle a la gente a probar como quedó eso, si hizo falta dulce, si le mermó, la esencia, como tiene que dar el punto final para que le queden las cosas bien. Hay que calificar todo a uno, para
que le queden bien. Y tener todas las medidas precisas. Usted arrancó con una medida. Anotar todas las medidas que usted de para que el producto le vaya, para que no le cambie sabor, no le cambie nada”.
Una vez comenzó, empezó a vender raspados y jugos de naranja. Y como por obra del destino, Lucho tuvo su primer puesto de trabajo en el colegio La Candelaria, colegio que un día lo tuvo como estudiante. Allí duraba tres horas y luego se marchaba para la bomba de Terpel del pueblo.
“Yo arranqué primero con jugo de naranja y raspado, que fue lo primero que yo arranqué. Granizada de naranja y raspados era lo primero que yo arranqué. En el colegio de la Candelaria fue que yo arranqué vendiendo esos raspados primero que todo y los jugos de naranja. Ya después me trasladaba hacia la bomba de abajo, a las dos de la tarde me iba
para allá y vendía juguito de naranja y raspado”.
El horario que tenía era de once de la mañana hasta las dos de la tarde en el colegio, y desde las dos hasta las seis de la tarde, cuando ya se iba a descansar a la casa.
“Pues cogía yo a los niños que salían del recreo. Salía todo eso, entonces pues los cogía más que todo en ese tiempo hasta las dos de la tarde, porque hasta las dos de la tarde yo miraba que ya los niños, ya todos entraban, descansaban, entonces ya me habría para otros lugares a vender a la gente adulta. Ya por ejemplo el juguito de naranja. Todas esas cositas así”.
La rutina era clara, solo variaba cuando había otros eventos importantes en el pueblo, como navidad, la feria ganadera y competencia de micro o fútbol. Así fue hasta 2016, que en una feria ganadera logró su mayor venta.
“Cuando llegué yo a la feria ganadera un día a las dos de la tarde, me vendí 130.000, que eso si me acuerdo, completitico como si fuera ayer. Esa fue la más grande venta que tuve cuando en los recorridos que tenía de estar vendiendo solamente jugo de naranja y raspados”.
Luego, con ayuda del celador Ferley, Lucho logró un puesto en la plaza ganadera, aunque ese puesto se encontraba en la otra punta de la plaza, que quedaba en la salida del pueblo, salida que conectaba la misma glorieta donde tuvo ese trágico accidente en el 2007. Sin embargo, ya tenía un puesto fijo en el cual no pagaba luz, arriendo, así que fue progresando
poco a poco.
“Y ya comencé a montar, ya arranqué con una maquina manual, después ya me monté una eléctrica y ya le metí los jugos: guanábana, fresa, milo”.
Ahora ya tenía un puesto para laborar y sus ventas aumentaban. Lucho dedicaba su mañana a picar la fruta y preparar los demás ingredientes para así tener la tarde libre, ya que desde doce del mediodía hasta casi 6 o 7 de la noche, se dedicaba a la venta de cholado, raspados o jugos.
“Un raspado en si, en si, en si, demora tres segundos para prepararlo; un cholado demora diez y un milo está demorando dos o tres segundos, depende de la cantidad de pueblo que reside”.
A pesar de que preparaba todo desde la mañana y lo guardaba en su congelador. Lucho observó que el jugo de naranja ya no era un buen producto, así que le tocó quitar uno de los productos con los que inició su puesto.
“Porque la naranja es un producto muy bueno, pero es muy perecedero, entonces. Y como el tiempo está muy llovioso, entonces el sistema es que usted compra cantidad y al ver que no rota rápido. Entonces si usted un jugo de naranja, una canastilla de naranja no la saca en dos o tres días, entonces ya comienza a dañar. Entonces uno que quiere que, un
producto le llegue bueno a la mesa”.
Ahora lo visitan muchos habitantes de Cimitarra. Pueden frecuentarlo entre 150 a 200 personas al día. Empezó hace seis años y hoy en día ese negocio es el que le da para vivir. Él dice que sacó esa alma emprendedora de su mamá, quién falleció este año, el mismo día que su papá.
“Ellos se me fueron este año que estamos. Tienen como 35 días de haberme partido los viejos, ambos se me fueron a la misma vez. Mi papá murió a las diez y veinte de la mañana, de la noche y mi mamá murió a la una de la tarde. Y eso fue lo todo. Nos dieron buenos amores, buenos conceptos. Mi mamá como ella, era muy trabajadora, ella fue una mujer muy emprendedora. Desde pequeños nosotros comenzamos a aprenderle. Mi mamá hacía mazamorra, buñuelos, empanadas, cuidaba marranos. Ella fue. Ella lavaba en ese tiempo cuando existía el matadero viejo en la parte de abajo, entonces ella iba y lavaba esos cayos y con eso alimentábamos a los marranos. Nosotros cargábamos aguamasa con mi mamá y con todos esos, unidos ahí en la casa”.
Esta es la historia de Luis Armando Gaviria Murillo o ‘Lucho’ el de los raspados. Un hombre que sufrió un accidente que lo dejó sin empleo y sin oportunidad de conseguir uno, pero ahora, en el mismo lugar de su accidente, vende los mejores cholados, raspados y jugos de Cimitarra, según algunos habitantes del pueblo.