Personajes con Historia – Humberto Torres ‘El arte, una cara inexplorada del conflicto armado

Realizado por: Juan Sebastián Riaño, estudiante de periodismo.

La guerra, el odio y la violencia; temas recurrentes en Colombia y que resulta imposible dejar de lado al intentar entender la historia nacional. En ocasiones se piensa en todo ello como una fuerza claramente opuesta y/o alejada de la cultura. Sin embargo, en algunos casos, el arte ha actuado como mediador y ha tenido un papel importante en la mitigación de la violencia y el sufrimiento humano. 

Este, es un fragmento de la historia de Humberto Torres Franco, sociólogo, gestor cultural y artista, quien encontró en el arte otra cara del conflicto armado y, con ella, un rayo de esperanza para una sociedad tan golpeada por la violencia como lo es la colombiana. 

Humberto tuvo sus primeros acercamientos al mundo del teatro cuando se trasladó de su natal Guadalupe a Bucaramanga. Allí, en 1963, con tan solo 14 años, junto con su primo Carlos Torres y sus amigos Alonso Ortiz Picón y Laura Hernández, fundaron el Retablillo de Lorinche, un espectáculo teatral de títeres. 

“Nosotros hacíamos los títeres de guante, hacíamos los vestuarios, diseñábamos escenografías y escribíamos las obras para los títeres; eso fue lo primero, el primer contacto con el teatro”. 

Pasó el tiempo y Humberto se acercó aún más al teatro a través de su participación en el grupo teatral El Duende del Colegio Santander, donde tuvo la oportunidad de dirigir obras completas y sumergirse de lleno en el arte de la puesta en escena. 

El Duende realizaba ocasionalmente giras por varios municipios de Santander. A finales de noviembre de 1965 fueron contratados para presentarse en una fiesta de graduación en el municipio de Chima, a 146 Km de Bucaramanga. 

“Nos invitaron a una fiesta y tomamos tragos y nos dieron muy buena comida, nos atendieron como reyes porque éramos los actores de teatro. Raramente por allá caía un grupo”

El grupo tenía un sello identitario marcado y es que, en la previa de su obra, hacían un pequeño espectáculo musical con un tema recurrente, canciones de protesta. 

“Antes de la obra de teatro nosotros ambientamos el público; salíamos  Ramón Latorre, Alonso Ortiz y yo; salíamos a la boca del telón, antes donde el telón se decía que era un pedacito de boca del escenario en media luna, ahí salíamos los 3 y nos sentábamos en una escalerita y tocábamos y cantábamos canciones de protesta; entonces cantábamos la Mula Revolucionaria, cantamos canciones las que había escrito Pablo Gallinazo, Silvestre Garavito y esas cosas y a la gente le gustaba y nos aplaudían”.  

Una vez finalizada la presentación y cuando el grupo se disponía a irse al hostal en el que tenían reserva para esa noche, un mayor del Ejército se acercó a Humberto y su grupo, los saludó, los felicitó y les mencionó que le había gustado especialmente la interpretación de las canciones. 

El hombre pertenecía al Batallón de Ingenieros Baraya de Bucaramanga, quien además estaba, en ese momento, dirigiendo un campamento militar con unos 50 soldados. Ellos estaban encargados de la planificación y construcción de la carretea que iría de Chima a Contratación.

10 meses antes, el 7 de enero de 1965, un grupo de 27 subversivos liderados por Nicolás Rodríguez Bautista, también conocido como Gabino, y La Mona Mariela, llevaron a cabo un asalto en la plaza de Simacota armados con escopetas y revólveres, era la primera toma guerrillera en la historia del país. El Ejército de Liberación Nacional, ELN, había tomado el lugar y distribuido el Manifiesto de Simacota en donde dejaban clara su intención de derrocar al gobierno. 

“Estaba recién estrenado el ELN, en enero de ese año se habían tomado Simacota y la que había comandado ahí la cosa era una hija de un señor de Chima, que era un finquero de Chima, que parece acusaron al ejército de que los habían matado, que habían matado al señor y a la señora; al papá y a la mamá y ella quedó pues muy dolida de la cosa y entonces se metió en la guerrilla, la Mona Mariela; pues hacía relativamente poco que había sucedido ese episodio y el pueblo estaba así como a ver qué pasaba y el señor nos salió y nos dice eso” 

El temor y la incertidumbre se apoderarían de Humberto en el momento en el que el mayor invita al grupo a su campamento a pasar la noche con ellos. Un mayor del Ejército Nacional invita a un grupo que fácilmente pudo tildar de subversivo a un campamento alejado de la ciudad, en un momento caracterizado por la violencia política y a tan solo 18 kilómetros y medio de Simacota. 

El panorama era difuso, pero debido a la presión, la inseguridad de lo que podría ocurrir de negarse y a la curiosidad como insumo para dar un salto de fe, aceptaron la invitación. 

“Que nos llevaban en los Weapon de ellos, que no hay problema que yo los llevo y yo los traigo y que allá les mando a hacer un asado y que yo tengo allá un grupo de soldados que componen canciones, pero canciones de contra protesta, o sea ellos le cantaban a los compañeros de ellos asesinados en combates con la guerrilla”

“Este tipo nos puede llevar por allí y nos mata y nos pierden… nos entierran y nos pierden y después dicen que nosotros cogimos un bus y nos vinimos para Bucaramanga y quién va a contradecir algo; sin embargo, nosotros a pesar de que estábamos, así como temerosos dijimos bueno vamos; yo les dije vamos y nos fuimos para allá”. 

Al llegar al campamento, a unos 7 km de donde se encontraban y en la vía de Chima a Simacota, el mayor ordenó a los rancheros y músicos del lugar que se levantaran, invitando a todo aquel que quisiera unirse a ellos. Una multitud de soldados se levantó para unirse a la fiesta, mientras el líder les indicaba que prepararan una gran carpa con camas para los invitados. 

Los rancheros se pusieron manos a la obra y comenzaron a asar carne, chorizos, morcillas y pechuga. El mayor sacó bebidas y las ofreció a todos los invitados, mientras les decía a los músicos del campamento que se sentaran frente a Humberto y su grupo: era el momento de una batalla, pero una artística y sería la música la única arma, la espada y el escudo. 

“Nos dijo a nosotros que cantáramos una canción de protesta y ellos cantaban una contra protesta y dijo, aquí va a ser un duelo, pero es un duelo musical aquí no va a haber muertos, ni heridos, ni nada; es un duelo musical no queremos más sino eso, conocernos, que los soldados que yo tengo aquí sepan que ustedes son seres humanos iguales que ellos y que ustedes sepan que esos que están vestidos de verde ahí de camuflado y todo eso, que tienen armas, también son seres humanos como ustedes y no los desprecien ni nada de eso”. 

Y así estuvieron, cantando, comiendo y bebiendo, hasta altas horas de la madrugada, aproximadamente hasta las 2 o 3 de la mañana. Finalmente, sintiéndose agotados, el mayor sugirió que fueran a dormir. 

Al día siguiente, la jornada comenzaría a las 8 de la mañana, los militares ya tenían preparado el desayuno para los invitados. Los integrantes del Duende debían tomar un bus de regreso a Bucaramanga, pero faltaba una última parada y puesta en escena. 

Por petición del mayor, los muchachos se subieron en una volqueta, que normalmente se utiliza para transportar materiales de construcción. Una vez arriba, Humberto se acomodó contra una de las llantas ubicada en la parte trasera y allí se sentó. Mientras tanto, sus compañeros, que estaban provistos de guitarras y otros instrumentos musicales, lo acompañaban, mientras que los soldados permanecían vigilantes con sus fusiles listos en caso de necesidad. El destino, Simacota. 

La entrada al pueblo estuvo marcada por el sonido de una canción protesta que entonaban al unísono tanto los jóvenes actores como los soldados: 

el 13 de enero la Mona Mariela llegó a Simacota como guerrillera el ele, el ELN. Una vaina surrealista, increíble; el tipo, el mayor del ejército cantando con nosotros y los soldados cantando con nosotros la misma canción y pasamos por todas las calles del pueblo en la volqueta esa y la gente nos miraba así, desde las ventanas o las puertas de las casas, la gente que está en la calle paraba, nos oía cantar y se quedaba mirando, pero nadie dijo nada, nadie nos echó un vainazo ni nada”. 

Después de ese episodio, Humberto y su grupo regresaron a Bucaramanga, y la experiencia de aquel momento en que artistas y soldados con ideologías políticas opuestas se unieron para compartir su pasión por la música, se transformó en un recuerdo que solo sobrevive en aquellos que lo experimentaron en carne propia.

Este relato permaneció olvidado por el sociólogo hasta hace poco más de 3 meses cuando en una conversación amistosa con su primo, que venía del extranjero, y en un momento de remembranza tocó el tema y llegó a la conclusión de que es en la narración de las historias donde radica el poder transformador de la verdad, aquel que puede sanar las heridas del pasado y abrir las puertas hacia un futuro de esperanza y reconciliación.

En la actualidad, Humberto Torres abraza esta memoria como una prueba de que es posible entenderse con las personas en circunstancias adversas sin llegar a extremos, es el oasis de paz en el desierto de la guerra, que espera con ansia se extienda sobre el dolor y la pena. 

“sí se puede, si hay voluntad y si nos sentamos bien con el corazón y la mente, bien dispuestos para entendernos, nos vamos a entender, nos podemos entender, por encima de las diferencias y que el hecho de pensar diferente no me convierte a mí en enemigo del otro, ni al otro en enemigo mío; que no haya vencedores ni haya vencidos y que la única condición es que se sepa la verdad, que podemos discutir sin matarnos llegar a acuerdos sin matarnos, que matarnos es un mal oficio, eso es”.