Personajes con historia – William Carvajal, un funcionario con limitación física, muy capaz

Realizado por: Erika Pineda, estudiante de periodismo.

En el rincón más sombrío de la memoria, se esconde una historia sobre la fragilidad de la existencia. En esta entrevista, nos adentraremos en las vivencias de alguien que, en un instante de excesos, vio su mundo dar un vuelco inimaginable.  

“Mi nombre es William Horacio Carvajal Ardila, tengo 53 años”.  

Su niñez estuvo llena de amor, altibajos y desafíos.  

“Mi mamá me tuvo prácticamente a los 15 años, viví con mi nona desde prácticamente desde recién nacido”.  

William es el mayor de tres hermanos, criado lleno de amor y cuidados por su abuela, de la cual aprendió desde temprana edad la importancia del esfuerzo y la perseverancia.  

“Es alguien a quien le debo mucho, el amor, el respeto, todo lo que me enseñó, se lo agradezco a ella, porque me enseñó prácticamente a ser una persona trabajadora”.  

El amor al dinero y la condición económica de su hogar, lo llevó a trabajar desde los 7 años, laborando en cadi de tenis, como bolichero, mesero y en una empresa metalúrgica.  

“Cuando uno aprende a ganarse el dinero, empieza uno a dejar muchas cosas”.  

Dejó de lado el colegio pues, no lo creía tan importante, pero pese a ello continuó hasta octavo, estudiando en varias instituciones educativas de Bucaramanga, esto debido a las constantes expulsiones que recibía por comprar peleas ajenas. 

“Pero el colegio en el que más reincidí en que me recibieran fue el colegio Santander, porque fui un deportista prácticamente neto, fui un deportista que llevaba medallas al colegio en Inter clases, que representé a Santander, fui campeón nacional en lucha grecorromana”. 

William fue un hombre de alto rendimiento deportivo. Era guapo, mujeriego y amante del alcohol. Fruto de sus diferentes amoríos nació su primer hijo a sus 18 años, con el cual perdió contacto desde que su hijo tenía cinco años. 

Hasta sus 23 años, todo transcurría de maravilla. Estaba en la mejor etapa de su vida: rodeado de mujeres y comodidades, con un buen trabajo y siendo una promesa en el deporte.  

“Prácticamente, estaba en lo que se llama la cúspide de mi vida, entonces yo era una persona mujeriega, una persona tomadora, una persona peleonera, eh amante a mi deporte, amante a mi trabajo”.  

“Lo que a partir de ahí, en ese momento me pasó fue algo que a veces uno no se lo desea a nadie, pero las cosas pasan, porque a veces uno cuando es joven no piensa en el más allá, no piensa en el futuro, no piensa en nada, solo en vivir el momento”.  

La empresa metalúrgica con la que trabajaba William en aquel momento, lo envió a laborar a Ibagué.  

“Me fui como técnico de ensamble, manejaba personal”.  

Después de meses de estar en Ibagué, días antes de semana Santa, William planeaba viajar a Bucaramanga a visitar su familia, y para celebrar el viaje:  

“Yo le dije a mis compañeros de trabajo ‘vamos a pasarla bien en este día’”.  

Era domingo y William y sus amigos se arreglaron y llegaron a Ibagué, donde compartieron durante la tarde jugando billar y tomando licor. Todo transcurría con total normalidad, pero William se caracterizaba por mujeriego y a las siete de la noche de aquel domingo un amigo le dijo que lo estaban esperando en Gualanday, un municipio a 34 kilómetros de la capital tolimense. Tomaron un bus y se dirigieron al balneario, donde continuaron tomando y compartiendo con mujeres.  

“Eran como las 11:30 P.M. me acuerdo tanto y me fui para el baño a orinar y cuando iba pasando en una mesa me encontré con una persona que ya habíamos tenido problema ahí en Ibagué, entonces me invito a un trago”.  

Después de consumir el trago, William no recuerda absolutamente nada. Según sus amigos, William se quitó la ropa y todos los accesorios.  

“Y salió corriendo hacia el puente y por más que nosotros tratamos de detenerlo no, usted nos ignoró a todos, y cuando vio la oportunidad de atravesarse se atravesó la carretera y se tiró al puente”.  

William no conocía aquel lugar y no comprende por qué saltó desde el puente, jamás había hecho algo así. Al caer se estrelló con el muro de contención y se abrió la cabeza.  

“Ahí los médicos me dicen que mi vida se salvó fue dependiendo del hilo de la fuerza de mi cuello, yo tenía un cuello fortalecido por mi deporte gracias a Dios”.  

William fue trasladado a Ibagué y remitido a Bogotá, donde fue operado. En este proceso, contó con la compañía de su abuela y su hermano, a quienes ama, admira y respeta inmensamente. Recuerda con claridad el momento en que el médico habló con su familia e ingresó a hablar con él. Este momento tiene un significado doloroso en su vida. 

“El médico llamó a mi mamá y a mi hermano por aparte y les comentó, cuando ellos entraron y el medico entro nuevamente a decirme, bueno, tengo prácticamente dos cosas por decirle, una buena y una mala. Me dijo que cuál quería escuchar primero, uno no sabe en ese momento que, prácticamente decirle al médico, entonces el médico le dice a uno, bueno, voy a decirle la buena, la buena es que debe darle gracias a Dios que está vivo, que, gracias a su cuello, su fortaleza, que usted fue deportista, está vivo y la mala es que usted no va a volver a caminar, así secamente me lo dijo”.  

En ese momento William sintió que su mundo se derrumbó, que todo se vino al piso, que todo para él había terminado.  

“William: “En ese transcurso de segundo, ve uno una película prácticamente de su vida”.  

Detalladamente, recordó toda su vida, sintió que ya no sería la misma, analizó el excelente trabajo que tenía, gracias al cual viajaría a los Estados Unidos a capacitarse; su carrera deportiva también estaba en su máximo esplendor como representante de Santander y de Colombia. William era campeón de la selección Santander y subcampeón departamental en lucha grecorromana y se estaba preparando para representar a Santander en los juegos nacionales. 

“Y aparte de eso que tenía uno las mujeres que quería, que no necesitaba uno buscar, sino que ellas mismas llegaban solas”.  

William se interrogaba sobre el futuro, preguntaba qué iba a ser de él de allí en adelante. Y pensó en suicidarse. 

“Uno quiere morirse, quiere morirse porque siente uno que ya no es el mismo, yo muchas veces trate de hacer la posibilidad de acabar con mi vida, no lo niego, estar uno en una silla de ruedas cuando uno hacía todo y no dependía de nadie”.  

Entre lágrimas recuerda el sufrimiento de su abuela, hecho que le rompía el corazón, pero se convertía en motivación para seguir adelante.  

“Ver a la persona que uno más ama sufrir, que es la mamá de uno, pues no la que me dio la vida, pero sí la mujer que me crio, la mujer que me enseño todo lo que sé, eso me partía el alma, escucharla llorar, eso fue duro”.  

En medio de su desesperación, rememora con profunda curiosidad aquel instante en el que se hallaba en el quirófano y experimentó el túnel. 

“En ese momento, aunque no lo crean, uno cree que uno no ve un túnel, si lo ve, es algo inexplicable de decirlo, pero es algo increíble, llegar a esa parte y ver esa luz donde prácticamente si usted cruza, no vuelve, es algo que lo recuerdo mucho y que cuando escucho a la gente hablar y mucha gente dice uy, pero es imposible, pero es la realidad. Uno ve una luz donde prácticamente si usted da un paso después de la luz ya no regresa, a mí algo me detuvo, como decir: todavía no es el momento, tiene algo más que hacer y usted como que se regresa”.  

Después de su recuperación, la abuela de William no pudo traerlo de inmediato a Bucaramanga por falta de una silla de ruedas, tiempo que aprovechó para recibir terapias. Estando en compañía de su hermano Marlon. Este recuerdo también sigue latente en William, el sufrimiento de su hermano al verlo con discapacidad física en silla de ruedas, no se borra de su memoria.  

“Lloraba y todo eso, siempre voy a tener esa imagen de mi hermano”.  

El día que William regresó a Bucaramanga, recuerda que todo mundo quería saber de él. El apartamento se llenó de amigos, familiares y conocidos que querían verlo, excepto su novia, la cual se alejó cuando supo la noticia. Pero William había sido un hombre mujeriego y antes de irse a trabajar a Ibagué, había conocido una niña que estaba recién llegada a Bucaramanga, con la cual había mantenido contacto.  

“Y éramos amigos me gustaba, era muy chévere, muy bonita”.  

Sandra, la que inició siendo su amiga, se convirtió en su motor para seguir adelante.  

“Ella iba me hacía la visita cada 8 días, después ya iba entre semana”.  

Pero hay una fecha inolvidable para William.  

“El 30 de julio de 1994 ella me propuso noviazgo”.  

William no esperaba tener una relación, no se hacía a la idea que alguien se fijara en él. 

“Yo no pensaba en noviazgo, no pensaba en nada de eso y yo decía: una persona en silla de ruedas, quien se va a fijar en uno, uno no piensa en eso, porque hay que hacerle tantas cosas, bañarlo, arreglarlo, porque prácticamente uno en ese momento se vuelve prácticamente un cero a la izquierda”.  

Pero William aceptó y Sandra se convirtió en todo para su vida, le agradece todos los cuidados que le brindó cuando más lo necesitó, fue la mujer que le dio empuje y lo incentivó a seguir estudiando.  

William inició a validar para terminar su bachillerato.  

“Cuando decidí cambiar mi vida, yo digo a partir de ahí tengo que volver desde cero, volver hacer el que yo era antes, no de pronto al 100%, pero sí más o menos seguir mi vida como venía haciéndola”.  

Y volver a hacer el de antes conllevaba retomar sus excesos.  

“Entonces empecé a tomar de nuevo, a casi todos los vicios que tenía. A mí inclusive para tomar me tenían que dar en la boca”.  

Terminó su bachillerato con excelentes resultados, su relación iba muy bien, Sandra lo visitaba todos los días, lo bañaba, lo arreglaba y lo acompañaba a terapias. Después de 4 años y medio de noviazgo, Sandra le propuso matrimonio, poniendo como condición que tenían que casarse en lo que restaba del año. 

“Nos casamos o no nos casamos, pero tiene que ser este año, entonces prácticamente en dos meses tocó arreglar lo que fue el matrimonio, yo no la quería perder, en dos meses hice uf todo para casarnos. Yo ya era bachiller, ella también ya era bachiller, eh en dos meses prácticamente conseguí lo que fue iglesia, hicimos todo el curso prematrimonial”.  

El 19 de diciembre de 1998, William y Sandra celebraron su matrimonio y dieron inicio a la construcción de un hogar juntos. Desde el principio, William asumió el rol de sostén de la familia y se dedicó durante un largo período a trabajar cuidando automóviles. 

En 2001 nació Laura, su primera hija, la cual se convirtió en su gran adoración; pero desde este momento iniciaron las diferencias con Sandra, las cuales intentaron resolver.  

2Después nació el otro niño, entonces los dos muchachos ya fueron mi motivación”.  

Pero los problemas con su esposa siguieron surgiendo, William tenía un temperamento fuerte que les ocasionaba diferencias. 

“Yo soy una persona, era una persona muy exigente, me gustaba el orden, me gustaba que las comidas estuvieran al tiempo, cosa que siempre nos llevó a esos problemas”.  

La relación continuaba con muchas dificultades. William continuó sus estudios en análisis de desarrollo informático en el Sena, los cuales terminó satisfactoriamente. En 2016 se separó de Sandra e ingresó a trabajar a la Alcaldía. 

“Entonces yo ahí entré como en la lista de sistemas informáticos, manejaba lo que se llamaba la base de datos”.  

La separación fue un proceso difícil para William, Sandra había estado con él en los peores momentos, es la madre de sus    hijos y el amor de su vida.  

“Yo cuando me separé de ella empecé a tomar casi todos los días, todos los días bebía, yo llegaba acá borracho todos los días, 11, 12, 3 de la mañana”.  

Laura, la hija mayor de William, decidió quedarse a su lado para hacerse cargo de él.  

“Prácticamente Laura se convirtió en mi mano derecha, ella es la que me baña, me arregla, cocina, hace todo eso”.  

William continuó su vida, siguió preparándose: hizo un posgrado en desarrollo y análisis, trabajó por 4 años en planeación y actualmente trabaja con la Secretaría de Desarrollo. 

“Donde he pasado de varios programas, que estoy ya con el programa de familias en acción o lo que hoy en día se llama renta ciudadana, dure tres años ahí en ese programa y este año estoy con infancia y discapacidad”.  

Cada uno de sus trabajos le han dejado diferentes aprendizajes, espera ser nombrado en la Alcaldía y terminar su vida laboral allí.  

“He aprendido a ser una mejor persona, he aprendido a entender la vida, cada estación que he estado en esos programas me ha hecho sentir más sensibilización hacia la humanidad y hacia las injusticias”. 

William prosiguió su vida de la misma manera que lo hacía antes del accidente. Disfruta cada momento como si fuera el último, persevera en su trabajo y sueña con superarse constantemente, con el objetivo de brindarles lo mejor a sus hijos.